7 de marzo de 2018

Hace muchos años, en el 97, creo, cuando fui a una beca de Fullbright en EEUU, me llevaron a cenar a un lugar con un habitante de ¡¡Orange County!! (digo, el lugar más rico de los alrededores de Sta Bárbara, donde estábamos). Yo me negué a varias cosas del programa. Esa vez tuve curiosidad y fui... Fue terrible. En medio de la cena en un lugar cuyo lujo estaba totalmente fuera de mis límites y experiencias, me preguntaron de qué trabajaba y yo dije, sin mentir, que ser docente en mi país significa sueldos bajos así que yo tenía cinco trabajos. Los había contado, o los conté en ese momento, y ponía todos los docentes en dos rubros divididos en terciario y universitario. La mujer me miró (no me olvido más) y dijo "Good for you!", traducido "¡Te aplaudo por eso!" o algo así... Yo la miré pero me había quedado paralizada. Algo traté de explicarle sobre que no era porque yo quería y sobre cómo eso no me parecía "good", bueno, de ninguna manera. Pero ella sonreía y me miraba y me pareció que los ojos eran totalmente ciegos, ojos de muñeca. No me entendió. La furia me consumía cuando por fin nos fuimos.
Lo cuento porque lo de la maestra carbonera y el presidente es peor. Una, porque él es presidente y está tan ciego o más que la señora californiana; dos, porque por lo menos yo tenía el enorme privilegio de hacer todos trabajos más o menos relacionados (traducir, escribir, enseñar traducción, enseñar literatura, hacer crítica literaria) y esta maestra no. Pero la ceguera de clase, la ceguera de los que creen en la meritocracia es la misma.

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