19 de febrero de 2019

El domingo de noche, cdo despedíamos a la última amiga, descubrí la razón del constante nerviosismo de Sandokán en la hora anterior. Ahí, en el pasto cortado, había una comadreja que parecía muerta. A pesar de la cola horrible, sin pelo, a mí me caen bien, también ellas son parte del campo que amé en mi infancia y eran visitantes más o menos frecuentes, acá en Ezeiza, en el Barrio El Trébol, donde vengo desde que nací. Las cruzábamos en la adolescencia cdo andábamos a caballo y unos años más tarde, las vi con Odi cdo volvíamos con el último tren de medianoche acá después del cine de los sábados. Supuse que estaba muerta, no se movía así que Odi pensó en sacarla pero cdo se acercó, me dijo: No está muerta, no del todo. Así que la puso debajo del cerco para darle tiempo. Tal vez la había atropellado un auto o la había atacado un perro (Sando no..., él ladra solamente). La cuestión es que de mañana ya no estaba. Yo me la imagino recuperándose del shock y caminando. Eso me hace bien. Por ahí se la llevó un perro pero yo espero que no.

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