28 de noviembre de 2020

 Ayer, después de dos semanas muy complicadas por cuestiones personales y públicas, en esa tensión que no deja que una haga nada, terminamos de ver (en dos veces, sí, miramos muy poco por noche) "My Octopus Teacher", un documental sobre la amistad entre un buceador loco (loco, para mí, anti mar, anti frío, para mí, para quien ahogarse es la peor de las pesadillas) y una hembra de pulpo. Y de entrada, el uso del pronombre en inglés ("she, her", nunca "it", ese horrible pronombre que dice mucho sobre la idea de superioridad del ser humano de quienes hablan el idioma) es el centro de todo: en ese uso está lo que más me conmovió de la historia. Hay cosas que no eran para mí, seguro, y una línea narrativa que no me gustó pero valió la pena. No es para mí el comienzo con esas olas espantosas, terribles, infernales, que desearía no haber visto y espero no entren en mis malos sueños, en los que el mar siempre, siempre es mi enemigo. No me gustó  la cuestión con el hijo, que debería haberse seguido de otra forma y parece metida con fórceps en cuanto a lo narrativo. Pero en todo lo demás, me hizo mucho bien verla. En un narrador que confiesa que "nunca fue sentimental con los animales"..., una frase tan..., tan europea en pensamiento, tan... criticable desde mi punto de vista, la forma en que lo cambia ese contacto con la pulpo (no sé cómo decirlo en femenino), ese tocarse de igual a igual al que se refiere  el pronombre, ese mirarse de mamífero a molusco inteligente, es, creo, emocionante. Es belleza. Y baja línea en el buen sentido porque eso es lo que deberíamos hacer como especie: entender de una vez que no somos mejores ni más importantes para el planeta que cualquiera de las especies que lo habitan. Entender que no se puede destruir el planeta por algo que no existe, algo ficticio, inventado, como el dinero. Odio la idea de bucear, nunca lo haría, soy antimar, anti agua excepto en una pileta bien segura y tranquila, en una lagunita sin olas, pero los momentos en que la pulpo toca la mano del humano, se posa sobre él, lo acaricia..., me dieron envidia. Es cruzar como se debe el puente entre dos especies que por lejanas que sean, por más separadas que estén,  son hermanas porque viven en el mismo planeta. Por eso, el último final, ese grupo de humanos que nadan en esas aguas extrañas para salvar el lugar, para preservarlo, ese final es el correcto. La fotografía, ese bosque submarino sacudido por vientos de agua fabulosos y lleno de vida..., eso también vale la película. Sobre  todo para los que sabemos que nunca vamos a verlo.  

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