29 de febrero de 2024

 Ayer, fuimos a Belgrano (ufff con ese barrio donde ponen películas que no llegan al Sur o llegan dobladas o algo peor; que nos queda lejos, mucho, y donde estacionar sin pagar es casi imposible) a ver Días perfectos, de Wim Wenders, director que me gusta en algunos casos y no en otros. Sé que de los cuatro que fuimos, a dos nos gustó y a dos, no. A mí sí pero no con locura. Hasta ahí. Me hizo recordar mucho una película de Jim Jarmusch, Paterson, con Adam Driver, pero aquella otra me gustó infinitamente más, nunca la sentí larga y supongo que eso tiene que ver con la cultura de fondo, que acá está parada entre lo japonés y lo europeo y es estadounidense en Jarmusch.

Planteo de ambas películas: en el centro, un hombre que hace un trabajo muy humilde (colectivero en Jarmusch; limpiador de baños en Días perfectos) y sin embargo, es un filósofo y un intelectual (en Wim Wenders además, es amante de la música), lee, disfruta de su pequeño espacio, de su rutina y trabajo, tiene interacciones leves con otros, y al mismo tiempo, es un creador (en Jarmusch de poesía; acá de filosofía de vida, dicen que budista, tal vez, eso yo no lo sé porque desconozco lo asiático). Su vida..., muy rutinaria, está llena de esa creación, es, en el fondo, luminosa. Y él es realmente generoso. En eso, los dos personajes son iguales. El actor japonés de Wenders es verdaderamente increíble. La escena final es inolvidable y me recordó a otra donde hay un primer plano de alguien que habla en aquel caso, que se expresa en los gestos en este (pero en la película de yanqui la escena está en el medio, no al final: el maravilloso monólogo de Edward Norton frente al espejo en La hora 25 de Spike Lee).

Lo que más me llegó fue la relación intensa del personaje con lo estadounidense: lee a Faulkner y a Highsmith y TODA la música que escucha es estadounidense aunque hay algunas canciones cantadas en japonés (aclaremos, desconozco el lado musical de la película, y es importante: no soy de escuchar música, la verdad; sí conocía era la última canción, una bomba, sí, esa sí, hasta recordaba la letra). Lo de Faulkner me impactó. El hombre lee Las palmeras salvajes (mala traducción del título), con esa mirada profundamente conservadora de Faulkner (uno de mis favoritos durante muchísimo tiempo, aunque no comparto su ideología; creo que solamente dejó de ser mi autor cuando llegué a los afroestadounidenses y amerindios contemporáneos). En esa novela compara la decadencia que él ve en la modernidad y los valores profundos que admira y cree antiguos en dos historias que nunca se cruzan pero funcionan en contrapunto. De todos modos, significativamente, el personaje no termina ese libro. Lo deja y empieza otro de una autora japonesa: no puedo comentarla, no la conozco. Creo que eso es porque no acepta el pesimismo de Faulkner. Como fuera, el protagonista de Wenders tiene mucho de conservador (pero el lado que yo sí comparto, el tecnológico: usa casettes, libros físicos, cámaras con rollo, etc). Y tiene una forma de vivir firme, bella, generosa. Ese contraste entre lo que lo rodea y él es para mí uno de los temas principales; además de la idea de que lo externo siempre puede cambiar las cosas, torcerlas, de que nada se queda en su lugar mucho tiempo. Y por suerte (y contra Faulkner), el guion deja una serie de puertas abiertas en el aire, sobre todo una en cuanto a una posibilidad levísima de que el personaje deje de lado su soledad.

En resumen: es una película hermosamente hecha, muy pensada, dice lo que quiere decir. Y me gustó. No me entusiasmó como aquella de Jarmusch pero… valió la pena verla. En algunos sentidos, sobre todo en cuanto a lentitud, es tal vez demasiado europea para mi gusto. 

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